UN CAMBIO
INESPERADO
Ya la noche cobijaba con su frío
interminable y abrumador el sitio donde habitaba Áddelos. Estaba sentado en la
silla de cuero café que había comprado hacía un mes.
Su rostro no mostraba vida. La luz que
meses antes irradiaba a sus amigos, ya no estaba, parecía estar oculta en el
rincón más escondido de sus sueños. El vigor y la fuerza de un joven de catorce
años, estaba lejos, lejos de su vida.
La tristeza se escondía en la infinita
pureza del agua que humedecía sus ojos, en el sentido de la vida y de la
belleza. Para Áddelos nada tenía sentido. Por más que intentaba reír no podía,
no lograba conciliar el sueño. Todo tendía a salirle mal.
―¡Áddelos!, baja a comer —dijo la
abuela.
―Bueno, abuela.
Áddelos Magnomé bajó al comedor por
las escalas de roble —debo aclarar que eran las más hermosas de todo el país,
pues estaban hechas con los instrumentos más raros conocidos por cualquier
humano, traídos de mundos diferentes—. Comió y se fue para la calle.
***
Las últimas sombras de la noche y los primeros tintes de la
aurora, se juntaban con los estados del alma de Áddelos.
Áddelos era un joven de catorce años
de edad —como lo he dicho anteriormente―, recién cumplidos, tenía ojos cafés
claros y un notable cabello negro oscuro. Lo que más lo hacía diferente de
todas las personas era su afición por lo sobrenatural. Cada vez que él y sus
amigos hablaban de brujas, duendes y otros personajes de la imaginación,
ninguno superaba su habilidad para narrarlas, añadiéndoles retoques de magia y
miedo.
A pesar de que su razón y brillante
inteligencia le decían que no existe la magia, un no sé qué en su corazón se
oponía a esta visión.
Sus abuelos, los Magnomé, eran
personas que conservaban todo lo de la familia. Y además de tener baúles y
habitaciones bajo llave, guardaban grandes e inimaginables secretos sellados
con magia. Áddelos no conocía tales cosas, si las supiera tal vez se volvería
loco de remate.
―¿No crees Hermes... que nuestro nieto
debe conocer todo lo que sabemos y guardamos? –dijo la abuela, interrumpiendo,
como siempre, con esta pregunta al abuelo, que tenía un mal humor
constantemente, por decir que era más fácil pasar a todos los seres vivos por
el hoyo de una aguja de que el abuelo tuviera buen humor.
―¡No!, querida, aún no es tiempo
―exclamó Hermes―, debemos esperar que lleguen las rolas. ¡Ya te lo he dicho
cientos de veces!
Las rolas eran pruebas que tenían los
magos para comunicarle a alguien que podía acceder al mundo mágico. Las rolas,
eran además, pequeños problemas o situaciones que tenían que aceptar con valor
los novatos de magia: novas.
El abuelo de Áddelos se llamaba
Hermes, era un hombre bajo de estatura, gruñón y muy canoso. Era todo lo
contrario a la abuela Emma, alta ―veinte
centímetros de diferencia―, tenía un carácter amable, comprensivo y
cariñoso, aparentaba ser joven.
La casa de los Magnomé era tan grande
que hasta el mismo Áddelos no la conocía por completo. Tenía habitaciones
ocultas y cerradas.
Sin saberse cómo, la radio se
encendió. La serena voz del locutor decía: En las últimas semanas han
desaparecido miles de gatos en todas las familias alrededor del planeta. La
llamada es para que aseguren a sus felinos, si no los quieren perder para
siempre. Estos hechos han causado gran conmoción internacional.
La radio se apagó.
Áddelos recordó que en el día de su
cumpleaños estaba dando un paseo por la habitación de sus abuelos, cuando de
pronto escuchó una voz que no provenía de ninguna dirección en especial, y llenaba todo el recinto.
―"Tú misión se acerca, tómala en
serio".
Esto lo petrificó, se asustó
sobremanera y casi se desmaya.
―Abuela, el otro día en mi cumpleaños
escuché una voz que me dijo: "Tú misión se acerca, tómala en serio".
La abuela sonrió de una manera, que
por un pelo no se revienta de felicidad.
―¡Oh!, Hermes, ven aquí. ¡Nuestro
nieto ya es mago!
―¿Qué...?, abuela, ¿qué dices? —dijo
Áddelos, suspicazmente. Todo le daba vueltas.
―Querido... ¡que eres un mago!
Áddelos estaba bastante confuso. Tuvo
una mezcla instantánea de emociones, sentía pánico y un porcentaje bastante
alto de euforia, también estaba feliz. Un poco lento y retardado llegó el
abuelo, se rascó la cabeza y sonrió ―esto de sonreír era raro en él―.
La abuela buscó en su bolsillo un
objeto, sacó un viejo encendedor y se lo entregó a Áddelos.
―Toma hijo, este es tu propio
teléholos. Con este aparato te comunicarás con nosotros en cualquier parte
donde estés, dijo la abuela.
Áddelos miraba absorto, sin decir
nada.
―Además sirve de encendedor, añadió el
abuelo. Tu vida cambió para siempre, tenlo en cuenta.
Áddelos no sabía qué decir, las ideas
habían huido de su mente. Era tan enorme su emoción que no podía aceptarlo y su
alegría luchaba contra el temor.
―Necesito una prueba abuela, dijo
Áddelos.
―Bueno, hijo, respondió la abuela,
sólo tienes que pensar en algo con todo tu corazón y se cumplirá. No olvides añadir:
"épythem kardía", que significa ¡Deséalo corazón! Esto también lo
pueden hacer los prágmatos. Desean algo
con toda su alma y le ponen esfuerzo al deseo; el poco de magia que poseen les
ayuda a alcanzar su meta. Las palabras sólo hacen de puentes en la magia, si te
comunicas con tu yo interno y pides un deseo, es decir, piensas y quieres algo,
ya el destino lo pone en tu camino. Las palabras mágicas son como para abreviar
estos puentes y no tener que concentrarse tanto en expresar las ideas. Es así como
existen personas muy inteligentes, que entraron a nuestro mundo, mediante la
Teknée, por lo cual los llamamos teknokrás, cuya falla básica es su incapacidad
para soñar y para amar las cosas. Por poco aniquilan nuestro mundo y fundaron
su propio partido político. Pero, déjame decirte que su falla también es común
en muchos prágmatos que se olvidan de amar y soñar.
―Te entiendo un poco abuela —respondió
Áddelos confundido por completo, cruzó los brazos y siguió hablando—, es que no
sé que son prágmatos.
―A ver... te voy a explicar –dijo la
abuela sonriendo un poco―. Los prágmatos son aquellas personas ajenas a la magia,
comunes... es decir... tus amigos y la mayoría de la gente que conoces.
―Ah, bueno. Te entiendo perfectamente.
Intentaré volar: ¡epitacardo!
―¡No! así no es. Repite: épythem
kardía
―Bueno abuela —respondió al instante
Áddelos, creyendo que esta vez si iba a decir el hechizo correcto. Y estaba en
lo cierto―. Lo intentaré: ¡épythem kardía!
Un zumbido como el de cientos de
abejas se aproximó, aunque provenía de todas partes, lo sentía muy dentro.
Áddelos estaba volando. Sus zapatos eran livianos como la luz, porque así como
ésta no sentía la menor densidad.
―¡Huy!, ¡Estoy volando! ¡Abuela es
fantástico!... no puedo explicar cómo estoy desafiando la gravedad —exclamó
Áddelos, al cabo de un rato de estar tratando de mantener un equilibrio
mientras que sus abuelos estaban estupefactos de la emoción y la ilusión de ver
a Áddelos convertido en integrante de la dimensión mágica—. ¡Se siente muy
bien!
El efecto sólo duró unos pocos
minutos. Áddelos, más que nunca, se sentía libre, su imaginación volaba y trascendía
la realidad cotidiana. Ya soñaba volando en el firmamento.
―Abuela... ¿pero aún tengo una duda?,
¿por qué al pronunciar las palabras mágicas no te elevaste?
―Cielo, es que nosotros somos muy
viejos y ya manejamos muy bien la magia. Llevamos mucho tiempo perfeccionando
todo con nuestros sueños.
Lo único que pensaba Áddelos era
contarle a sus dos amigos lo que había aprendido, pero se desilusionó muy
rápido.
―Pero ―la palabra pero, le sonó a
Áddelos como una barrera imposible―, ten en cuenta que no debes utilizar tus
poderes delante de humanos prágmatos. Yo
sé que tú eres un buen entendedor, siempre nos has regalado los mejores
triunfos a mí y a tu abuelo. Por esto, jamás debes compartirlos con ellos.
¿Creo que entendiste?
―Abuela... ¿puedo enseñarlos a Camila
y a Santiago?
―Poder sí... pero te meterás en un problema
muy grave, respondió la abuela casi al instante de Áddelos preguntar. Leía la
mente. En ese instante Áddelos se preocupó al pensar que tal vez la abuela supo
cuando se escapó, con Camila y Santiago; sintió un leve movimiento de
indisposición en el estómago. Más bien, ve a la biblioteca de tu habitación e
investiga un libro llamado... mmm... ¡Hermes!, ¿recuerdas ese libro que te
dieron hace doscientos años?, sobre novas...
―¿Doscientos años? interrumpió
Áddelos, lleno de escepticismo ¿cómo así abuela?
―Es que tenemos la posibilidad de
durar cientos de años. Me refiero a
todos los mágicos.
―¡Y novas! ―añadió el abuelo sin
recibir preguntas por parte de Áddelos, cosa que hizo poner la piel de Áddelos
de gallina―, es decir, novatos en magia.
―¡Abuelo!, me leíste la mente. ¿Cómo
lo hiciste?
―Ya lo sabrás a su debido tiempo
―sugirió la abuela―. Ya recuerdo el nombre: "Hechizos y Conjuros para
novas" por Urano Piñapal.
―Bueno, pero en mi habitación no hay
biblioteca —respondió Áddelos, mirando hacia otro lado, porque su abuelo no le
quiso decir cómo leer la mente.
―¡Oh, es cierto!, debes encender tu
teléholos y decir: "biblio ya". Y recuerda que mañana viajaremos a
Grecia, porque empieza el Festival Anual de la Magia y habrá de todo. Podrás
conseguir amigos mágicos, habrá un concurso de poesía mágica, probarás los
deliciosos gruñets y harás lo que quieras.
A Áddelos le pareció sonarle el
concurso de poesía, puesto que era uno de los mejores poetas de su colegio.
Había ganado el concurso de poesía ecológica y era un gran admirador del
ambiente. La idea de concursar le daba vueltas por la cabeza y quería ganar.
La abuela traqueó sus dedos y dio una
vuelta, ya no estaba. El abuelo hizo lo mismo y desapareció.
La gran casa lo miraba de arriba
abajo. Todos los cuadros eran hologramas pulsantes, pero Áddelos no lo sabía.
Incluso ignoraba que un holograma es una fotografía que sólo se hace visible
cuando un rayo láser la ilumina, y que contiene en cada porción toda la imagen
en forma tridimensional. Por arte de magia esos hologramas tenían movimiento y
voz propia.
Además de tener una modernidad
sorprendente, la casa era una típica construcción antioqueña, esto era
evidente, pues el pilón y el machete del rincón, junto a la chimenea, lo
demostraba.
Ahora Áddelos era un mago, además de
saber volar quería participar en el concurso de poesía. Había leído muchos
libros sobre magia, sabía de los duendes y de sus costumbres o eso creía. Por
ejemplo, sabía que el sonido de un tiple ahuyentaba a los duendes.
―Y... ¿acaso sabes de magia? —preguntó
una voz.
―¿Quién me habla? ―preguntó Áddelos―,
no veo a nadie. Por favor conteste...
Áddelos movía su cabeza hacia todos
los lados y no encontraba respuesta.
―¿Quién me habla? —repitió—. ¡Que por
favor responda!
―Soy Áctis, dijo la voz.
―Mmm... por la raíz griega de tu
nombre diría que eres un rayo de luz.
―No, deberías reconocer la voz de tu
gato. Ven aquí... estoy bajo la chimenea. Encuéntrame...
Áddelos estaba sudando frío, tanto así
que sentía la frente caliente. Siempre que veía a “Frondoso” —como se llamaba
su gato— deseaba cargarlo y acariciarlo, pero esta vez dudó y no lo hizo.
Áddelos tenía miedo de avanzar o retroceder. Pero un instinto lo sedujo a
avanzar y dio el primer paso.
―No sabía que... que los gatos
hablaban ―tartamudeó Áddelos―, ¿para qué quieres que avance?
―¡No tengas miedo, no te haré daño!
Sólo quiero mostrarte algo.
Un chirrido felino se agregó a la
conversación. Áddelos accedió a dar más pasos y llegó junto a la chimenea, al
lado del machete de su Antioquia querida.
―Ya estoy aquí. ¿Qué quieres? No te
puedo ver, quiero encontrarte.
―Bueno, Áddelos, tu nombre me recuerda
la inteligencia de la magia. Yo soy un vocero de la dimensión de los gatos.
Hace una semana una creación que no conocemos está arrasando con nuestro
planeta. Miles de gatos han desaparecido, aunque creemos que están perdidos en
alguna parte. Los bandidos exigen el Diamante de Adamantos a cambio de la
supervivencia de nuestro rey. Tú has sido escogido por el gato más anciano de
nuestro planeta y por los Cinco Pilares. Además no podemos dar el Diamante
porque es el que da el equilibrio a todo. Imagínate, sin él, los árboles en el
aire como en la dimensión mágica, las plantas caminando y todas las piedras
pensando... eso sería catastrófico.
―¿Por qué me han escogido a mí? Porque
si es por el saber yo no sé nada de magia.
―Eso sólo lo sabe el gato más anciano.
Como te he dicho yo sólo soy el vocero. Y espero que me sigas pronto si no
quieres una destrucción gracias a ti.
―Bueno... yo entiendo eso... ¿pero de
qué forma ayudo? No tengo ni la menor idea.
―Pues... sígueme, debemos viajar a mi
planeta. Si quieres le dices a tus abuelos que viajaste, utiliza tu teléholos.
―A ver... creo que tengo un
pequeñísimo problema y es que no sé cómo se utiliza esto... teléholos.
Áddelos se encontraba en nerviosismo
total. Lo que antes le parecía estupendo lo estaba asustando. Simplemente
aceptó, y ya.
―No sé cómo se hace, pero he visto que
tu abuela prende un interruptor y se comunica por medio de hologramas.
Áddelos intentaba presionar su
teléholos y encontró un botón rojo entre tantos. Al presionarlo una imagen
borrosa se le acercó, que luego de un par de segundos adquirió una resolución y
una nitidez excelente. Parecía ser una operadora de aquellas que mostraban en
la televisión. Vestía un uniforme color rosa con un gran signo en medio:
"M&I".
―Hola jovencito, ¿con quién te vas a
comunicar? ―preguntó la operadora, poniendo cuidado en tomar nota en lo que
Áddelos pedía―, ¿Cuál es su número?
―Con mi abuela, respondió con prisa
Áddelos.
―Jóvenes de hoy... no saben que hacer,
te pregunto entonces por su nombre.
―Emma Magnomé.
―Espérame... ya busco en el archivo...
―... Emma Arango, Londoño... Lorgia...
Magnomé... aquí está. Comunícate con ella. Gracias por utilizar Teleintelectus.
La abuela se le apareció en pequeñas
partículas de colores diferentes, aunque nuevamente la imagen recobró una alta
resolución.
―Hola, hijo —saludó la abuela— ¿Cómo
has estado?
―Muy bien abuela. Quería decirte que
me voy para la dimensión de los gatos.
―¿Y a qué te vas a ir? preguntó la
abuela.
―Voy a salvar el planeta de los gatos.
―Ah... ¿ya estás jugando al mago
salvador de vidas? Veo que pronto serás un importante integrante de la
dimensión, ansío el momento de verte graduado... Ese es un buen juego, espero
lo disfrutes. Me debo ir... mi amiga me espera. Cuídate mucho y no te portes
mal.
Y mandando un gran beso desapareció.
Áddelos atravesó al lado de Áctis.