El primer libro que publicaré será:

lunes, marzo 28, 2016

El juicio mortuorio de la noche oscura


Sucedió de la siguiente forma. O así lo recuerdo... ¿quién pudiera evadir las limitaciones de los intereses y sentidos en una noche, frente a un cleptómano?

Una luna incipiente se perfilaba al occidente de la ruta Medellín-Río Vivo. Un aire brioso entraba al transporte por ventanas semiabiertas, puerta y hendiduras del chasis. Traía un frío olor a azahar. Perfume que recordaba otras noches. Más tranquilas y felices.

Pasajeros parados y sentados miraban por las ventanas evadiendo las miradas de los otros desconocidos en los que desconfiaban. Ventanas cargadas de anécdotas de campesinos que toman cerveza y ríen con sus coterráneos; vidrios de smartphone que muestran otros mundos y posibilidades... quizás más interesantes que sus propios pensamientos.

Los juicios lúcidos elucubrados ya habían perdidos su lumbre, una opresión foránea reinaba en el micro ambiente del bus. El fosforito de la luna estaba oculto. Transitábamos montes espesos y densos que bien podrían alimentar las imaginaciones más perversas y coprológicas de la comarca, o las de Transilvania. Un vaho fétido exhalaban las aguas podridas de la represa que divide tres pueblos de la zona, creando un sinfín de historias que van y vienen en las mentes de los rioviveños.

En aquel instante en que la noche no puede ser más negra ni las almas más pecaminosas y condenables, un grito que hiela la sangre, como los de la llorona en toda nuestra América, o los de un alma en pena fallecida en la mortuoria que yace bajo las aguas heladas y nauseabundas de la represa, quebró el silencio apabullante:

-¡PRENDAN LAS LUCES! HAY UN LADRÓN! Era una mujer joven, de esas que se casan jovenciticas y que prácticamente  juegan con muñecas mientras aprenden a amamantar hijos y a cuidar maridos. Dos ojos verdes refulgen ante la silente y expectante asamblea. Finiquita con un gutural y cantado VEEEEEE! AAATREVIIIDOOO! Parecía una felina que cuida a su cachorro. Aunque su cría era un teléfono inteligente.

El conductor paró en seco luego de encender las luces. 

-¿Qué pasa pues? Preguntó el chofer. Todos los rostros miramos a los puestos de atrás con gran expectativa, escaneando como jueces al vándalo timador.

-¡Ese señor me tenía el celular... se lo tuve que sacar de la camisa! Señaló la rubia criolla ante el improvisado jurado. Se podían oír las respiraciones. Quizás el conductor no tenía música puesta por lo de Sayco y Acimpro, yo qué sé.

-Luisfer, hubieras grabado con la tablet la escena. Me dijeron los Alex, cuando les relaté esa noche el episodio. No acaté, les dije, recuerdan que en las fiestas del paisaje me iban a acuchillar por filmar la trifulca que se armó, que hasta salió en las noticias.

Pero volvamos a lo del hurto: Leidy Tatiana o Katy Yulieth. Como quiero llamar a mi personaje, la robusta amazona que se le lanzó a la camisa al cleptómano se cambió de puesto ante el silencio de los oyentes. 

-¡Yo me encontré el celular tirado en ese puesto! Justificó ese Hitler imaginado. 

Esa respuesta, maquiavélica y todo, nos bajó de la nube platónica en la que andábamos. No había un asesino armado en el carro ni esa chorrera de divagaciones preocupantes.

-Señor conductor, deje las luces prendida hasta el pueblo. Sentenció Katy Tatiana. ¡UNA NO SABE!

Como jurados, víctimas y victimarios, jueces y parte en el conflicto llegamos a Río Vivo con una anécdota más para contar. 

-Así fue muchachos! Tomé un sorbo tibio de capuchino, respiré profundo y un hálito cálido formó un espiral incandescente que me sublimó el espíritu.