HISTORIA DE UN CAFÉ
Era primavera en Holanda. El clímax de la estación más feliz del año hacía vibrar cada ser vivo de este pequeño poblado a las orillas del Amstel. Los pájaros pasaban enérgicos y entonaban sus mejores trinos. Las flores y las hojas se vestían de los colores más llamativos y encantadores que su naturaleza podía proveer.
-Elizabeth, ¡qué rico sabor tiene este grano de café! Le dijo Joseph, en holandés, a su esposa mientras masticaba con todos sus sentidos un grano de café colombiano, llenándose de éxtasis, esperando que estuviese lista la libra de café que había tostado manualmente –cosa que lo llenaba de orgullo.
-A ver, J. Déjame probar. Hum… juraría que este grano en especial me transporta a otro lugar. ¿Qué diera por conocer la historia de su procedencia?
***
Hay en Colombia un departamento que provocó la Colonización Antioqueña hacia el sur de sí mismo, pasando por Caldas, Risaralda y Quindío, proceso similar a la ocurrida en la colonización del oeste norteamericano. En esa estela de historia y tradición hay dos pueblitos perdidos en las montañas: Andes y Ciudad Bolívar. Hay veredas tan lejanas y distantes que la sombra de la liofilización no ha llegado aún, y dudo que lo haga... Hace poco menos de 25 años un campesino humilde y trabajador fue echado con toda su familia por un grupo alzado en armas. Lo único que quedó de las pisadas de los “Guerra” tras el genocidio e incendio de sus parcelas fue una boñiga fresca a la que le cayó un granito de café, el cual pasó a ser un enorme y aromático arbusto.
Y aquí entro yo, el narrador de la historia, varios años después. Tengo una remembranza de la niñez en los límites con la imaginación. Lo que más me extraña es que hoy más de 20 años después de aquel suceso aún lo recuerde, cuando las moléculas y átomos de ese niño que presenció los hechos ya han recorrido varias veces el mundo, misteriosamente el recuerdo prevalece la materia. ¿Qué lo almacena entonces? Sin embargo, esta pregunta no es el objeto de este relato.
Mi papá y su compañero tractomulero nos invitó junto con familia y amigos a un viaje hacia la costa. Esa noche creo que no dormí de la emoción. No obstante, en la cabina de la tractomula, al otro día, no cabíamos tantos acompañantes así que decidieron que los niños íbamos para el remolque "vigilando" la carga. Los detalles de este viaje tan especial se funden con otras vacaciones en la mula de mi papá. Nos compraron un perezoso bello, exótico y en extinción; obviamente, en esa época no recuerdo que tuvieran derechos los animales, o sí los tenían, no me importaban. Me alegra la forma en que lo alimentábamos sobre las cargas de café: echándole agua con un pitillo al que tapábamos con un dedo la parte superior luego de introducirlo en una botella. Sus garritas perezosas y ensoñadoras nos abrazaban con dulzura. El viento entraba con mucha fuerza dentro de la carpa. Pasadas las horas no nos molestaba la vibración en exceso y el ruido de tantos carros. Era delicioso acostarse, echarse de lado y sentir con el cuerpo las fibras sueltas de las cargas de café. Bajo nuestros pies algo olía delicioso. A nuestra derecha veíamos el gran río que nos acompañaba hasta el atardecer, pero algo crecía dentro de nosotros.
Pasaban las horas y mi vejiga no paraba de crecer. No teníamos forma de informarles a los de adelante que queríamos miccionar. Así que contra todo pronóstico decidí aventurarme a lo desconocido, introducirme en las sombras de la parte de atrás del camión. Y en un momento de frenesí, con todas mis fuerzas expulsé de mi ser lo que sobraba, lo que no quería, lo que me angustiaba. Un polvo que tenían las cargas de café se levantó y mis líquidos se juntaron con el grano.
Yo me distraje de aquel magnífico acontecimiento porque un mico que se había montado en el camión estaba hurtando mangos y yo quería tocarlo. Ese acontecimiento provocó que un par de extranjeros disfrutaran una mañana primaveral europea de un café tropical. Así como mis fluidos, en su eterno peregrinar cíclico hoy se disfrutan en Europa, o en una realidad alterna desconocida, esa misma circularidad de la energía y la materia seguramente me llevará a una primavera a Europa.
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