Entrerríos, más que leche
Autor: Iván de J. Guzmán López
25 marzo de 2017 - 12:06 AM
Presenta su manojo de cuentos, en perfecta armonía y convivencia pacífica con un apreciable conjunto de poemas
Entrerríos es uno de los municipios más bellos del norte de nuestra Antioquia, a escasos 60 kilómetros de distancia de la capital. Su paisaje, hecho de breves y tersas colinas, que se juntan suavemente hasta formar unas abras por las cuales corren alegres y gárrulas las aguas del Río Grande, el Río Chico y la quebrada Torura, es de extraordinaria belleza y tal fertilidad, que ha dado pie para que se le asigne el bello mote de la Suiza colombiana.
A su vocación lechera, producto de sus tierras feraces, sus bien manejados hatos lecheros y el empuje del doctor Jenaro Pérez Gutiérrez, por muchos años al frente de la Cooperativa Lechera de Antioquia, Colanta, debemos agregarle una buena cosecha de periodistas, poetas y escritores, con Francisco de Paula Pérez Tamayo, nacido en 1891, a la cabeza. Entre esos periodistas, poetas y escritores, quiero referirme al joven Luis Fernando Gil Monsalve (Entrerríos, 1987), quien, en diciembre de 2016, nos presentó su libro bifronte (mitad cuentos, mitad poemas), con el curioso título de El Pene de las ánimas del purgatorio. Debo decir que, como en pocas oportunidades ocurre, el texto presenta su manojo de cuentos, en perfecta armonía y convivencia pacífica con un apreciable conjunto de poemas que, sin descuidar su cohesión temática y estética, airea nuestra literatura. En ellos (cuentos y poemas), se festeja la narración, la añoranza, la calle, los personajes singulares y la vida simple y llana que se vive en nuestra aldea, en este caso, la aldea del idílico Entrerríos. Como afirmaban los maestros rusos: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”.
Digamos, para referirnos a la obra de Gil Monsalve, que la palabra que mejor define la característica sustancial del cuento moderno, es: “síntesis”. Esta característica ya fue explicitada por el escritor antioqueño Mario Escobar Velásquez (fallecido en el año 2007), cuando, en su Antología comentada del cuento antioqueño, dice: “El cuento moderno, el cuento que ahora se practica, puede ser definido con mucha propiedad con una sola palabra, que sería: “síntesis”, en todos sus órdenes. Atiende a una sola historia metida en un entorno único; conserva a todo su través de un solo tono, y se aferra casi exclusivamente de un solo personaje. Si aparece más de uno, o son de necesario apoyo al primero, con lo cual se hacen parte suya, o sirven para sustentar la historia, lo cual es más de lo mismo”. Y agrega:
“Entendemos por “síntesis” la carencia absoluta de postizos o agregados. En el buen cuento contemporáneo cabe agregar que lo que no es absolutamente necesario sobra de necesidad, así por sí mismo sea hermoso o interesante: si no está cumpliendo una función específica, sobra. Y malea. Muchos que debieron ser buenos cuentos se frustraron de adiciones”.
Esta síntesis, y las características definidas por el citado narrador antioqueño, son rotundas, precisas e inobjetables en los cuentos: Un beso sin pecado concebido, con el cual abre el libro, o en La Misión de la guayaba, y así en Esperanza de vida entre la muerte, hasta agotarlos. En general, son cuentos precisos, de no más de cuartilla y media, donde el personaje fundamental se recrea en la historia y tan sólo lo acompaña otro personaje adicional, máximo dos. Sin duda, estos hacen gala de una factura impecable, una síntesis exquisita, un tratamiento delicado y preciso de la temática y un estilo sobrio, que delata al buen narrador.
Creo que en estos cuentos, el escritor entrerrieño sale bien librado de la advertencia que sobre los cuentistas y el cuento, escribió Julio Cortázar: “Incurren en la ingenuidad de aquél que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en literatura no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa”.
Se advierte en esta narrativa, a lo largo de su lectura, que está llena de vitalidad, brevedad, y precisión responsable y sutil; y en ella se mueve cómodamente la anécdota. Una anécdota que se va transformando en pensamiento y que termina en risilla perspicaz, ante la evidencia de la ironía; ante la acidez con que se cierra cada texto. Llegando a la deliciosa carga de poemas, encontramos que, en: Adiós, y Promesas de amor en el más allá, se advierte una lírica sencilla, sobria, natural, que nos recuerda al gran Juan Ramón Jiménez, por citar uno grande.
Bienvenido, amigo Luis Fernando; bienvenida su literatura, que agrega pétalos a la añeja esencia narrativa y poética de nuestra Antioquia y de Colombia.
Tomado de:
http://www.elmundo.com/noticia/Entrerriosmas-que-leche/48989
http://www.elmundo.com/noticia/Entrerriosmas-que-leche/48989
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