¿Quién no ha llegado a su casa lleno de volantes,
tras ir al centro de Medellín a hacer una diligencia?
Tras los rastros y rostros de brujas y adivinas
Por: Luis Fernando
Gil Monsalve
Le amarro, le ató y le devuelvo a su ser querido… Riegos de la buena
suerte… Le digo quién le está haciendo daño y le quito el maleficio… Sólo pague
cuando vea resultados
Era una
noche, una noche toda llena de murmullos y de sonidos de alas. Me desperté
sudoroso y asustado por la oleada de cálidos pensamientos que me embargaban.
Esa pesadilla me había acompañado los últimos días. Las campanas de la Iglesia
Jesús Nazareno me regresaron a la realidad. El reloj marcó doce campanadas, una
tras otras, cada cual me libraba más del sopor como sí un hipnotista me sacara
de trance con el chasquido de sus dedos. Nunca me preocupé por averiguar con
mis vecinos quién vivió antes que yo en mi apartamento, sobre la Avenida Juan
del Corral con Moore. Aun no entiendo por qué en mi sueño, velaban esa niña en mi sala,
sobre un féretro blanco, en un sueño en blanco y negro.
Todo me
imaginé, menos que mi compañera de la Universidad de Antioquia, donde cursamos
Historia, creyera en lecturas de tabaco y en hechicería. Me aseguró que Otilia,
una adivina que lee el tabaco, le devolvió a su marido, de quien se había
separado. Me causó mucha sorpresa cuando
ella me invitó a donde dicha adivina hacerse leerse el tabaco y “desesperar” a un amigo
suyo.
Antes de ir
compramos un paquete de 25 tabacos por los lados del parque Bolívar. Luego pasamos
las fronteras de la Comuna 10 hacia la 8. Llegamos al segundo piso de una casa
de inquilinato. La estancia era una
arrume de vejeces y desorden, demasiado para tan reducido espacio.
Hacia el bosque
Antes del
anochecer, nos dirigimos hacia un bosque impregnado de humedades y provisto de una
arboleda solitaria y en penumbras. La
adivina, de no mucha edad, pero con el rostro marcado de huellas de sufrimiento,
en sus cuencas profundas un par de ojos
negros inspiraban misterio. Vestía ropa ajustada e insinuante. Sacó unos
tabacos de una bolsa de tela oscura, cuidando que fueran nones. Se sentó sobre
una piedra mohosa, bajo la protección de un pino alto cubierto de extendidas ramas.
A su alrededor, Estrella, su perra criolla, marcaba territorio y buscaba olores
a diestra y siniestra.
La mujer, con
maestría inicia una especie de rito con
dos tabacos. Les hace movimientos malabáricos. Luego de darles varios besos y
toques, se los introduce en la boca. Seguidamente los prende y le saca candela
a cada uno, tratando de no aspirar la humareda. Fuma cada cigarro hasta la
mitad y analiza las figuras que de las cenizas surgen. Con el mismo ritual se
fuma unos 10 más. A algunos, después de rezarlos, se los pasa a una joven
rubia, algo robusta y con un dejo de belleza exótica, que los fuma con
intensidad y para escupir luego en el
suelo.
-Su novio la
está pensando, mire cómo le partió la espalda al tabaco…veo una llamada próxima
pero… tiene pensamientos con otra mujer- le dice la adivina a mi compañera. Añadió
-Sí quiera mija no le salió cama con esa. ¡Pero sí quiere le echo
“desespero”! Saca de su bolso una
bolsita plástica con un polvo blanco que le echa al tabaco.
-Relájese
mujer que su novio no la abandonará. No ve que nos lo estamos fumando a él. Deje
que los nueve tabaquitos –cada uno a mil pesos- actúen. Dele tiempo… o sino
hágale un “endulzamiento” y verá cómo le funciona. Tráigame media botella de
vino rojo, 3 pétalos de rosa roja y estas yerbas que le apunto. ¡Listo! Exclama
la clienta ilusionada.
Esa noche, Otilia,
la lectora de tabacos, me mostró el recorte de prensa donde hace
aproximadamente una década, uno de sus hijos, mientras vendían dulces, encontró
un maletín lleno de dinero, lo devolvió, salió en los medios de comunicación
del país como ejemplo, y gracias a ello, ella obtuvo casa propia. Le regaló a
mi amiga dos cuadros que me gustaron y que yo tuve hasta que los tuve que
exorcizar y botar: Paris con su Torre Eiffel y Londres con su Big Ben.
No obstante,
un amigo al que hospedé una vez en mi hogar, aseveró sentir presencias y
energías, me dijo que dos espíritus no lo dejaron dormir. Así que até cabos
sueltos. Por consejo de un sacerdote, no existe magia “buena”, así que me
bendijo una botella de agua, le eché agua bendita a uno de los cuadros; al otro,
agua normal. Extrañamente el cuadro de Paris con agua bendita se diluyó donde
cayeron las gotas. Al otro no le pasó nada. Un día llegué resuelto a terminar
mis pesadillas extrañas. Les eché agua bendita a ambos, esperando un grito
diabólico, una explosión o una fuego extraño, que nunca sucedió. Eché agua
bendita por mi casa. Recé un Padrenuestro, un Avemaría un Salve. Luego boté los
cuadros
No hay que
creer en ellas, pero de que las hay, las hay… Al menos ya no tengo pesadillas.
Acotación: Menos de 24 horas después de visitar a Otilia, el esposo de mi amiga la llamó, y ya viven felices para siempre... Ahhh... ¡y comieron perdices!
* Nombre cambiado por reserva de la fuente.
Twitter: @lufergil1987
No hay comentarios.:
Publicar un comentario