El buscaba darle sentido a su vida. Encontrar
como un detective hasta la más mínima pista que lo condujera hacia el fin mismo
de su existencia. Quizás persuadir a muchos de que el mundo era mucho más que
la náusea y el caos que imperaba en la mente de la mayoría. Absorto estaba en
sus dilaciones mentales, mientras que sus colegas griegas de la isla de Lesbos
se reían a carcajadas disfrutando el día de suspensión de una de ellas.
-
¡Alex! Nos faltó lo más
importante para comprar. Por fa ve por la cebolla. Préstame $500, yo te doy
éstos –dijo Gabriela mientras mostraba una brillante y reluciente moneda-.
-
Claro, Gabriela. No hay problema. Yo te los regalo. Bueno, los compro
para todos. Que sea mi parte para el desayuno y el almuerzo.
Caminó con prisa y también con interés de
conocer a profundidad qué servicios pudiera requerir algún día en este nuevo
vecindario. Se percató de la realidad imperante. El quería buscar razones parar
vivir, pero la muerte lo sobrecogía. Exagerando un poco, casi que podía decir uno
que había más muertos que vivos en la calle, pues a cada lado que miraba había
una funeraria distinta, cada cual más sacra y diáfana que la anterior, con
carros blindados, ventanas caras y lujosas, mármol por doquier, cámaras de
vigilancia y tecnología. Algo sí tenía claro, que esos servicios no los
requeriría por mucho tiempo, apenas iba por la cuarta parte de una vida
promedio.
Una campanada fuerte y constante rompió su
barullo mental, aunque alrededor había un ardiente ritmo de personas, que no
dejaban de producir ruido. "Entre cielo y tierra no hay nada nuevo", estaba en lo
cierto el autor del Eclesiastés, su impresión era la misma de Alex en el
bullicio del centro de la ciudad de Medellín.
Pasó varias calles mientras pensaba tantas
cosas. La mente es imparable. Nos sobrecogen cada día 65000 pensamientos. Un
bus de Bello casi lo manda para la funeraria, pero en una ciudad grande eso no
es raro. Cada día uno se encuentra muchas veces de frente con la muerte.
Recuperándose del chorro de adrenalina pasó el parque donde había gamines,
mendigos, buseros, vendedores, estudiantes y hasta jugadores de póker. Recordó
a su amigo Sócrates, quien una vez le dijo:
Lo bueno de la inteligencia es que es portátil; al ver a los jugadores de
cartas que se las ingeniaban para divertirse y ganar dinero contando con granos
de fríjoles. No obstante, eso no era para él. Seguramente moriría sin aprender
a jugar cartas, y eso lo traía sin cuidado.
Al llegar a la revueltería, como le enseñaron
a llamar las tiendas de frutas y verduras en su infancia, vio a tres mujeres
descuidadas y aparentemente del común que atendían. Su infancia la había
olvidado, su mente ya tomaba otros rumbos. Cuánto había cambiado en los últimos
años. Hacía tres días leyó asiduamente un intercambio de cartas con Sócrates y
su amigo El Ingeniero, y no creía que
alguna vez él hubiese sido tan diferente.
-Buenos días, por favor me vende una bolsa de
cebollas- ¿Qué tienen de buenos?, pareció leerle el rostro a la regordeta mujer,
con cara de cebo y ajos. Ella le mostró la cebolla y le pidió que escogiera,
para poder continuar la amena charla con sus colegas.
-Cuando llegamos donde la gamina ya la habían
tapado, no pudimos verla. Dijo una sobrepesada mujer con voz de cansancio y
aburrimiento.
- La violaron hasta por detrás. No le quedó
ni el hueco. Contestó la más rubia de las tres.
- Eso no es nada. Yo sí quiera vi al que
atropelló el bus. No le quedó nada armado. Me dieron hasta ganas de vomitar
apenas llegué, dijo la gorda, metiéndose un cigarrillo en la boca.
Con esos comentarios ya Alex sorprendido ya
no quería ni comer, para qué hacerlo…
Las mujeres seguían su animosa charla, tanto
así que avanzando hacia el futuro uno se las podía imaginar como calaveras fumadoras. El metro pasaba lleno de futuros
muertos, hasta las verduras perdían su vida y tomaban un putrefacto color.
Alex escogió las cebollas más gordas y
limpias sin tierra que encontró, pagó los $1000 pesos y se propuso emprender su
regreso.
-Siempre para servirle. Dijo la rubia
bastantona, sacando algo de humanidad, o de hipocresía en las relaciones
humanas. Pues lo único que le interesaba era llevarle algo de comer a sus
hijos, mantener su hogar, sin importar la labor que desempeñase.
Alex se encerró dentro de sí. Por lo menos en
ese lugar sin espacio sus pensamientos tenían sentido. Algo podía hacer para
cambiar su entorno. Empezó su camino, dejando un mundo tras de sí lleno de
pequeñeces, de impresiones, de impulsos bárbaros y de futuros muertos. El aún
tenía mucho qué vivir.
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